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Lo que sea por un Louis Vuitton

Lo que sea por un Louis Vuitton ADOLESCENTES japonesas de clase media se prostituyen para comprar ropa de marca. Empiezan por aceptar un café y acaban en la cama en lo que eufemísticamente se llaman «relaciones de ayuda». Casi el 20% de hombres japoneses aprueba esta práctica

Al atardecer, con los primeros neones, despierta la noche en Kabukicho.En el animado barrio del distrito de Shinjuku, en Tokio, la iluminación va anunciando poco a poco pequeños locales de masajes y chicas de compañía.

Los videoclubs, abiertos desde por la mañana, auguran un pasaje prometedor a un mundo prohibido. Su reclamo es sencillo pero seguro: una imagen de la clásica alumna de instituto japonés, con falda a tablas y cuello marinero. El vestido escolar es desde hace tiempo símbolo del erotismo en Japón.

No es en las calles de Kabukicho, sin embargo, donde los hombres japoneses encontrarán las delicias del uniforme. Las colegialas suelen estar lejos de los barrios rojos donde se concentran las prostitutas extranjeras. Ajenas a lo mundano y a lo sucio, ellas revolotean como hadas que bajan del cielo a acariciar a algún necesitado. Así es como se venden, así es como están concebidas por buena parte del imaginario masculino y por el término eufemístico que la sociedad nipona ha acuñado para referirse a la prostitución juvenil: las «relaciones de ayuda» (enjokousai).

La denominada relación de ayuda se refiere al sexo con menores a cambio de dinero. Suele seguir un proceso de cortejo que la distingue de la prostitución común: las adolescentes se citan con un hombre para tomar café. Se dejan invitar. Otro día van al cine y se dejan coger la mano. Muchas se quedan en esta fase, pero otras continúan. Entonces se dejan besar, hasta que terminan teniendo relaciones sexuales pagadas.

En la otra punta de Tokio, en el barrio electrónico de Akihabara, a plena luz del día, cuatro aparentes colegialas oportunamente vestidas con el uniforme escolar reparten a los transeúntes masculinos invitaciones para una «fiesta privada». Son menudas y de aspecto casto, muy distintas a las llamativas ko-guiaru que suelen frecuentar Shibuya, el barrio joven, en busca de algún hombre que las ayude.

En la papeleta, hecha a mano, anuncian el «gran estreno de un espectáculo» en el que sugieren un striptease al final del acto: «¡Las cuatro bellas se quitarán el uniforme y todo! ¡No se lo pierdan!». El precio es más que asequible; poco más de 2.000 yenes (unos 15 euros) que si se multiplican por 50 espectadores les permitirá adquirir uno de los mayores objetos de deseo de la juventud femenina nipona: un bolso de Louis Vuitton.

«Por un bolso de marca estas chicas son capaces de mantener relaciones sexuales con un hombre», dice Mizuho Matsuda, responsable de la campaña contra la prostitución juvenil del Fondo Asiático para la Mujer, en Tokio. «Saben que es una vía muy fácil de saciar su capricho».

Las colegialas reparten sus invitaciones a hombres de todo tipo.Muy cerca, en una esquina, otra adolescente vende un calendario con imágenes suyas en bikini que alterna con otras en uniforme y en postura sugerente. En su rostro hay una expresión clara de satisfacción y orgullo de ser una modelo, aunque sea para su propio calendario.

La prostitución juvenil en Japón es, como en el resto de países industrializados, resultado de la sociedad de consumo y no de la pobreza. Expertos como Matsuda consideran que el origen del problema se halla en el consumismo exacerbado de la sociedad japonesa, latente -aunque en declive- desde la burbuja económica que en los años 80 y 90 llevó al país a una prosperidad sin precedentes.

Pero, a pesar de la grave crisis financiera, el problema está lejos de llegar a su solución. «Quizás exista una mayor carga de pederastia en la cultura japonesa», reconoce Matsuda. «Me temo que el problema empieza a extenderse a niñas de 13 y 14 años».

A TRAVÉS DEL MOVIL

Es fin de semana, y Shibuya, animado centro de diversión y ocio, rebosa de gente joven y rebelde. Vistosas adolescentes permanentemente bronceadas con rayos UVA, con el pelo teñido de naranja o cobrizo, pestañas postizas y la cara muy pintada, pasean luciendo uniforme con el móvil a mano. Son las llamadas ko-guiaru, del japonés ko, pequeña, y del inglés coloquial gal, chica.

El teléfono móvil se ha convertido en una herramienta fundamental para que ayudantes y ayudadas entren en contacto una vez que las ko-guiaru se han anunciado en algún cartel o a través de Internet. Los anuncios a veces son tantos que llegan a empapelar cabinas de teléfono enteras, con sus fotos en baja resolución, su número de móvil, un corazón pintado y la letra clave: la «H».«H» de hot, caliente en inglés.

En Internet se multiplican las páginas dedicadas a ellas. Existen incluso asesorías en las que consultan sus dudas. «Tengo 17 años y quiero tener una relación de ayuda con un médico. ¿Qué me aconsejáis?», se lee en una web.

«Ten en cuenta que un médico está muy cotizado y habrá otras mujeres deseándolo. Pero ser colegiala juega a tu favor. Intenta no ser caprichosa y sé discreta; lo agradecerá si está casado.Y cuidado con los embarazos», dice el consultor de turno.

Cerca de Shibuya, en el bulevar europeizado de Omotesando, se alinean algunas sucursales de las mayores tiendas de alta costura.Uno de los vicios del elevado consumismo japonés -el consumo personal representa el 60% del PIB- es la fiebre por las burando (del inglés brand), la marcamanía.

En el interior de los locales de Prada y Louis Vuitton, las dos firmas de moda del momento, y entre jóvenes ejecutivas, asalariadas y señoras adineradas, colegialas en uniforme fichan su próximo capricho o pagan al contado algún producto que ronda los 40.000 yenes (285 euros).

Según la única encuesta realizada a 600 alumnas de instituto por el Fondo Asiático para la Mujer en 1997, un 5% de adolescentes de entre 15 y 18 años reconoció haber quedado con hombres a cambio de dinero, de las que un 2,3% mantuvo relaciones sexuales.

Otra encuesta efectuada en 1999 a 1.400 hombres de entre 20 y 60 años reveló que un 12,5% de ellos compró los servicios de una prostituta al menos una vez, y un 0,3% pagó para obtener sexo con una menor. Un 18,7% se oponía «un poco, casi nada o nada» a la prostitución juvenil.

Muchos ya no las consideran niñas. La relación se asume como tácitamente natural y los hombres atraídos por adolescentes y niñas se hacen llamar Loli-com, de complejo de Lolita; lejana y errada referencia a la nínfula de Nabokov. El lenguaje atenuante sirve para restar importancia al significado de los hechos: un Loli-com es aceptado; un pederasta, no.

REINAS DEL EROTISMO

Las colegialas uniformadas se saben las reinas del erotismo.«No tienen competencia en ese sentido. Para muchos adultos no hay nada mejor que un cuerpo joven y un carácter manejable», explica Matsuda.

Pero las relaciones de ayuda pueden ser sólo el primer problema.Las jóvenes que las practican -que suelen ser de clase media con mal ambiente en el hogar- corren el riesgo de contraer el sida, caer en las drogas y acabar en manos de la mafia. Incluso de degenerar en la delincuencia.

Un nuevo tipo de suceso irrumpió en 2002 con el asalto a los asalariados de mediana edad por parte de jóvenes escolares. El fenómeno fue bautizado «la caza del viejo» y definido como un atraco organizado en dos fases: una o varias colegialas vestidas con uniforme esperan solas en un parque o en un lugar oscuro a que pase algún asalariado a su vuelta del trabajo.

Cuando la presa pica en el anzuelo salen sus compañeros y atracan a la víctima. Sabida la atracción que ejercen sobre el hombre medio japonés, son la carnaza perfecta.

LAS ADOLESCENTES, EL DINERO Y LA MARCAMANIA

Sin trabajo, como pronto, hasta que acceden a la universidad -la educación es especialmente férrea entre los 15 y los 18 años, con jornadas escolares de hasta 10 horas-, las adolescentes japonesas no suelen disponer de más de 20 o 25 euros a la semana. En esto es en lo que suelen gastar su dinero:

Karaoke: El precio medio es de unos 2 euros cada media hora, aunque puede llegar a ser de 0,37 euros, según el día y la hora.

Compras: Puedan o no permitírselo, es su mayor tentación. Atrapadas por la «marcamanía», las más atrevidas visitan las tiendas de alta costura. Un bolso de Louis Vuitton, en concreto la gama más de moda, la Monogram, oscila entre 370 y 1.852 euros.

Ir a cenar: Las adolescentes no suelen ir a cenar a restaurantes; una cena les costaría como mínimo unos 37 euros a cada una. En cambio, se suelen reunir con varios amigos y amigas para beber y «picar» en los «izakaya», los bares de tapas japoneses, donde cada ración cuesta entre 1,5 y 3 euros.

Cine: Cuesta 13,5 euros; 7,5 euros para ellas si es miércoles y para el público general si es día del espectador.

Leer «manga»: Es una actividad más solitaria, pero muy frecuente.Los «shojo manga», cómic para chicas, suelen costar unos 3 euros.

Móvil: Se pueden gastar una media de 37 euros al mes.

4 comentarios

sinnombre -

que se acuesten conmigo ...con lo q me encantan las asiaticas...

Steve -

interesante en verdad no sabia que esto se estaba tan grueso en japon espero que me puedan mandar mas informacion pera seguir la pista de esto

Attae Steve

Ronin_69 -

Vaya con las niñitas de los cojones pero aun peor son los tios ya adultos que pagan esto tienen que cortarlo por lo sano o no se saba que se llegara pero un mensaje para los tios que tiene esta pracitca "Teneis mujeres acordaos de ellas tambien te puedes acostar con tu mujer"

Kanaka -

omg.. curioso dato.. no sabia..