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Ankyo

Confesiones de un yakuza

"HE COMETIDO algunos pecadillos en mi vida: he estado en docenas de peleas; fui capturado por la policía un par de veces, por juego ilegal; incluso he asesinado. Puedo decir que he visto también el interior de bastantes cárceles. Al hacerme viejo, he comenzado a entender cuán sucia y vacía ha sido mi vida, y ahora, diariamente, le rezo a la estatua de Buda que he puesto en mi casa. Sin embargo, sé muy bien que cuando deje este mundo, iré a parar directamente al infierno".

Las confesiones que Shozo Ijichi (1897-1978) hizo a Junichi Saga, su médico, en el ocaso de su vida, están vertidas en un libro apasionante que se deja leer fácilmente y cuyo título hemos usurpado. Los testimonios de uno de los últimos jefes de la mafia japonesa chapada a la antigua revelan que aquella organización criminal era "buena" a su manera y no estaba exenta, como cualquier otra, de regulaciones que la rigiesen, las que constituían un auténtico código moral, de su propia cosecha, claro está.

Ijichi revela que la yakuza de antaño se dedicaba sólo a la organización de casinos clandestinos y que otros rubros, como la administración de burdeles, la trata de prostitutas, la distribución de estupefacientes y la especulación inmobiliaria, no pertenecían al gremio. Quizá su testimonio final sirva para reivindicar una profesión oscura que convivía con la policía, y a la que esta última dejaba actuar dentro de cierto límite y por conveniencia.

El jefe del sector de Asakusa (Tokio) desmiente así la visión novelesca de la mafia nipona que han divulgado el cine y la televisión; parte de un imaginario que traspasa lo japonés para instalarse en la cinematografía y la mente extranjeras con películas tales como Lluvia negra y Sol naciente, entre sus botones de muestra más contemporáneos. A pesar de esto, Ijichi no niega que la yakuza "intenta hacer creer que es buena", que son tipos de respeto y honor, dentro del sucio mundo del juego ilegal, llegando incluso a comprar productos por más valor o hacer exitosas las inauguraciones de los bares, para quedar bien con comerciantes y taberneros; una versión local de Michael Corleone, de Francis Ford Coppola y Mario Puzzo, quien se rehusaba a entrar en el negocio de la droga, como otros clanes más degradados, porque en definitiva ellos no eran chicos malos, sólo trabajaban en un "negocio peligroso".

Aunque la pérdida de dos falanges (castigo ejemplar en la Cofradía), por motivos amorosos al intentar poseer una mujer prohibida, no impidió que Ijichi se convirtiera en el jefe del sector de Asakusa, el padrino padeció el desgastante dolor del alejamiento de su amada, condenada a ser la mujerzuela de un pez más gordo. Cuando ella queda libre al fin de sus indeseables ataduras y los años obligan a nuestro "héroe" a testar sus negocios, Ijichi se debate entre el deseo de reunirse con su señora y el impulso de redimirse por medio de la confesión de sus pecados al doctor Saga, antes de su anunciado final: una muerte oscura, rodeada de seres tan prisioneros como él (o como nosotros) de las redes de este mundo.

Estos testimonios secretos nos demuestran que incluso en los más sórdidos estamentos de esta sociedad, el deseo, la represión, la piedad, la esperanza, la fe y cierta conciencia del bien y del mal son factores inherentes, o como diríamos ahora, en estos tiempos informáticos, son parte del "sistema operativo" del ser humano. También nos adentran en la sicología del japonés jugador; el escapismo social de aquellos que arrojaban los dados en el casino clandestino o los que manipulan hoy día las perillas de un "pachinko".

Las confesiones de un yakuza es un libro que debería traducirse al español. Está disponible en su versión original japonesa bajo el título Asakusa bakuto ichidai, de la editorial Chikuma Shobo; y en inglés, traducido por John Bester, en Kodansha International, con el nombre de Confessions of a Yakuza.

Nakamachi

1 comentario

valery -

se ve que esta muy bueno este libro yo lo quiero comprar pero nimodo no tengo dienro esta muy chido felisitaciones a quen lo aya escrito